Marcel Giró


Prensa

Palmira i Berenice

El País. Quadern. 7.3.2019
Laura Terré

Qué pasa con las mujeres, que a menudo las tenemos que rescatar buscando sus huellas entre la obra de los hombres que habían sido sus contemporáneos? Todavía tenemos a la retina las fotografías de Lee Miller, expuestas hace unos meses en la Fundación Miró en medio del grupo de surrealistas de la Gran Bretaña, por los cuales parecía que se aprovechaba la ocasión de dedicar el título de la exposición a la gran fotógrafa americana. Se perdió la oportunidad de profundizar en su obra, que no se había visto nunca a Barcelona de manera antológica.


De lo contrario, estos días, a la galería Rocío Santa Cruz, se reclama la importancia per se de una fotógrafa, Palmira Puig (1912-1978), que había estado miembro del colectivo brasileño Foto Cine Clube Bandeirante. Sus instantáneas se escondían entremedias de los negativos y las fotografías guardados al archivo de su marido, el fotógrafo Marcel Giró. Esta mujer, igual que otros que podríamos mencionar si no nos quitara el sueño la brevedad de esta columna, no solo practicaba la fotografía amateur por gusto y placer, sino que como profesional era el elemento que aportaba singularidad y estilo al estudio que bajo el nombre de Giró la pareja había abierto en la ciudad de Sao Paulo. Detrás la representación masculina del apellido se escondía la sensibilidad de una mujer. Son muchos los documentos gráficos que testimonian la responsabilidad e importancia de Palmira a la hora de hacer las fotografías y plantear las campañas publicitarias de lo Estudio Giró. A las paredes de la galería se pueden repasar las hojas de contactos de época, donde salen retratados ambos sucesivamente, y así deducimos que Palmira y Marcel se alternaban en el uso de la misma cámara. Ahora se puede atribuir en cada caso la autoría, comprobando la publicación en los anuarios y formular una personalidad propia para Palmira Puig a la hora de plantear los encuadres y elegir los temas.


Pocas mujeres han podido abrirse  en el campo de la fotografía sin tener que apoyarse en la carrera profesional de un hombre, ya fuera padre, marido o hermano. De las pioneras que todavía sorprenden por su independencia y claridad de ideas, usando de manera valiente la cámara apuntando en dirección a aquello que los aconsejaba su sensibilidad de mujeres, contamos con el ejemplo de una de las más grandes: Berenice Abbott. Estos días se puede comprobar en las salas de la Casa Garriga Nogués (Fundación Mapfre) la fuerza de la obra de esta fotógrafa profesional y gran artista de la realidad. Sus imágenes sorprenden por su potencia, absolutamente distantes del tópico femenino de la ternura. Así, la ciudad de Nueva York se convierte para ella, y de manera muy temprana, en un campo de exploración estética con la eclosión de los rascacielos, ensayando arriesgados puntos de vista, encuadres dominados por las luces de las diferentes horas del día y por el detallismo crudo que le aportaban las cámaras de gran formato.


Berenice no renegó nunca de la prosaica definición objetiva del mundo que sus contemporáneos artistas podrían haber considerado un obstáculo en la conquista del podio de las artes plásticas. Hoy recibimos esta fidelidad visual como un mensaje lúcido del pasado. Para ella, la arquitectura es técnica y es ciencia, la ingeniería es un desafío a las leyes de la física. Este compromiso con la precisión lo completa años más tarde experimentando en el laboratorio con la estroboscopia y el movimiento, las olas y el magnetismo al Instituto de Tecnología de Massachusetts.


De sus retratos es admirable la mirada penetrante hacia los modelos, personajes interesantes tanto por su físico como en la actitud interrogando ante la cámara. Cómo en el espejo de sus autorretratos, las mujeres se muestran tal como son y nos dan una lección de firmeza. Berenice también había hecho de modelo. Pero ella no pasó a la historia como musa de Man Ray sino como gran fotógrafa, la sabiduría y humillado de la cual ha estado capaz de reconocer el interés de la obra humilde e inmensa de Eugenne Atget, rescatándola para el repertorio del arte en un acierto de auténtica mirada surrealista. 


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