Marcel Giró


Prensa

La fotografía se reencuentra con Palmira Puig-Giró

El País. 10.3.2019
Bea Espejo

 La ruptura llegó a finales de los años cuarenta durante una tarde de intenso debate en Foto Cine Clube Bandeirante (FCCB), en la ciudad de Sâo Paulo (Brasil). Desde que se fundara en 1939 por un grupo de colegas fotógrafos entre los que estaban Gerardo Barros, German Lorca o José Oiticica, padre del conocido artista Hélio Oiticica, el FCCB era un movimiento experimental que empujaba a las artes visuales a una modernidad hasta entonces solo atribuida a las artes plásticas. La ruptura estética desbancaba cualquier idea asociada a esa imagen pictorialista que tanta presencia tuvo en la fotografía artística de las primeras décadas de siglo. Una de esas innovadoras, silenciadas hasta hace poco, fue Palmira Puig-Giró (Tàrrega, 1912-Barcelona, 1978), que ahora recupera la galería Santa Cruz con una exposición, que permanecerá abierta hasta el sábado 16.


Aquel grupo de fotógrafos fue una pequeña revolución. Buscaban ser diferentes, tomar conciencia del momento y elevar el disparo de la cámara a la categoría de acto único, diferente e irrepetible. Ellos usaban la fotografía como un lenguaje propio, utilizando la luz, los contrastes, la geometría y las nuevas formas de la arquitectura y la industria.


Había un nuevo lugar para la fotografía, que discurría muy cerca del instante decisivo de Cartier-Bresson y otras narrativas que llegaban desde la Escuela Paulista de Fotografía, la pionera de la foto moderna brasileña. Bandeirante era un club moderno, de mente abierta, aunque mayoritariamente de hombres. Las pocas mujeres que formaban parte de él, antes que fotógrafas, eran mujeres de y musas. Maria Cecilia Agostinelli lo era de Julio y Menha S. Polacow de Jacob, editor de Foto Cine Boletín, cuyas portadas solía ilustrar Gertrudes Altschul. Ella fue de las primeras en entrar al movimiento junto a Barbara Mors, la única brasileña, y Dulce G. Carneiro, que alternaba el Bandeirante con clubes de poesía.


A ese minúsculo grupo de mujeres se unió en 1956 la catalana Palmira Puig-Giró. También llevaba el apellido de su marido, Marcel Giró, que no tardó en firmar la mejor fotografía publicitaria moderna en Brasil. De hecho, Palmira inspiró muchos de sus retratos más célebres, que salían de un pequeño estudio que gestionaban juntos en Sâo Paulo. Compartían ideales, objetivos, cámara e incluso carrete, aunque no la misma fortuna crítica.


Por eso es tan relevante la exposición que le dedica ahora la galería Rocío Santa Cruz en Barcelona, sumándose a ese rescate institucional de muchas de las mujeres olvidadas de la historia. Es la primera que mira de cerca el legado fotográfico de Palmira Puig tomando distancia de su marido, y no al revés. En total reúne cerca de setenta imágenes entre tirajes vintage, hojas de contacto y reprints, y muchas de las ideas que hacen de su fotografía un referente en el campo artístico. Está la energía que ponía en el momento de la foto. También la posición de las manos en los retratos, así como la postura, la dirección y la elegancia.


Pero, sobre todo, la fotografía entendida como un ejercicio de visión con el que abrió el campo de la sensibilidad moderna hacia una investigación exhaustiva de esa abstracción que emanan las escenas más comunes: calles, casas, iglesias... Una lectura del mundo generosa, como la de su marido, que también cerró el objetivo de la cámara cuando ella falleció. Hasta en eso iban acompasados.


Fue en 1978, después de dejar Brasil para instalarse a Barcelona, donde Rocío Santa Cruz entró en contacto con el legado de ambos fotógrafos y mucho del material inédito que nunca se ha visto.

La primera vez que dio luz al trabajo de Palmira Puig-Giró fue en París Foto en 2018. Dos años antes, el Museo de Arte de Sâo Paulo (MASP) incluyó una de sus fotografías en la exposición que dedicó al Foto Cine Clube Bandeirante, cuyas mujeres, salvo Palmira, también tuvieron hueco en una de las muestras referentes en la reescritura del arte reciente, Making Spaces: Women Artist and Postwar Abstraction, celebrada en el MoMA en 2017. Una historia sin desenlace que no ha hecho más que empezar.


El País