Marcel Giró


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11 Septiembre 2014

El coleccionista de imágenes.
por Marcio Scavone, fotógrafo

Hay un misterio en torno a las razones por las que alguien siente el impulso de coleccionar objetos, en nuestro caso fotografías.


La colección de esta subasta es magnífica, las trampas visuales son innumerables y es aquí donde un desprevenido toque nunca puede escapar. Las adquisiciones que se subastan son de nombres que los brasileños y extranjeros conocen, pero veamos el otro lado, el más interesante, lo que más me fascina. ¿Por qué la gente se enamora de una imagen? Nadie se entrega a un bloque de piedra o metal, pero las esculturas de Henry Moore o Felicia Leirner hablan, emiten sonidos, vibración, reproducen música.


En la película "El objeto del deseo", una criada sordomuda en un hotel de lujo de Londres roba una estatua de Henry Moore de la habitación de un millonario sin tener la más mínima noción de su valor monetario. Tras ser capturada e interrogada por la policía acerca de las razones que la condujeron al crimen, ella, una presa del silencio, simplemente dijo: "porque la escultura habló, y yo he oído."


En una película llamada: "Los amantes de Pont Neuf", Juliette Binoche en el papel de una sintecho casi ciega, invade el Louvre al amanecer, acompañada por un viejo pintor que conoce los laberintos del viejo Museo y armado con la luz de una vela, ilumina la pared con la cara de uno de los autorretratos de Rembrandt durante largos segundos, esperando en las sombras, hasta que finalmente hablase.


Las fotos son también objetos de amor y apego, o ¿cómo podríamos explicar el coleccionismo de copias únicas?. Después de todo, las imágenes están en todas partes, cualquiera de ellas a uno o dos clics de distancia en internet, que sacian la sed visual pero no el deseo secreto de poseer la belleza. Acercarse a los chips genéticos del autor extendidos sobre un viejo papel o sublimados en grafito en la firma del creador. La incomparable experiencia de primera mano, la posibilidad de ser por un período de tiempo, también únicos.


Mi corazón oscila hacia los viejos maestros, mis "piratas".


Peter Beard, que conozco y de quien hice un retrato en su escondite en el sur de Francia, uno de los mejores fotógrafos vivos, diarista compulsivo, coleccionista de referencias para sus collages fotográficos. Viajero y heredero de la Kenya de Karen Blixen. Una vez, cuando una de sus fotografías fue la portada de "Life", comentó sujetando la revista: "La foto no es buena, pero el elefante es magnífico."


Otto Stupakoff, una referencia para mi generación. El inquieto fotógrafo con un universo de imágenes solo suyas, en constante conflicto con el mundo comercial. El buen gusto, el registro y el retrato de una época. La sensación de descubrimiento que sentimos delante de sus fotografías es inolvidable e inconmensurable.


Marcel Giró de quién fui su ayudante cuando tenía 16 años. Fue un genial catalán cuyo estudio hizo historia en São Paulo. Su larga sombra perdura hasta hoy en la fotografía brasileña. De él, he comprendido la coexistencia de lo comercial y lo artístico, dos líneas no paralelas, pero convergentes.


German Lorca, mi querido amigo, modernista sin saberlo, como mi padre, simplemente fotografiar como si de ello dependiera su propia vida, los verdaderos amateurs. Mirando el trabajo de German Lorca, el silencio de sus fotografías de calle, el toque casi Atgetiano sobre sus caballos en un parque de atracciones, y las ventanas que muestran torsos de maniquíes femeninos bajo una luz tomada de Álvarez Bravo, me recordaron una frase de mi padre, Rubens Teixeira Scavone, respecto de la búsqueda estética de su generación, en un texto de 1957: "Es una visión particular a través de la sensibilidad casi liberada y, principalmente, es una creación en sentido amplio, en realidad a menudo se convierte en un mero pretexto, vehículo comunicativo, pasaporte de todo donde hay encerrada una porción de belleza"


Marcio Scavone



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